Bimilenario Augusto

                Nola, Sur de Italia. Dos y media de la tarde del 19 de agosto. Un hombre expira en brazos de la que en breves segundos será su viuda. Ese mismo día se había hecho arreglar el pelo y recibió a su heredero después de despedirse de algunos amigos como lo hacían los comediantes, pidiendo una ovación si les había gustado la farsa que había interpretado. Tenía 75 años y había pasado la mitad de su vida con malestares y enfermedades, alguna de las cuales por poco le cuestan la vida. Así murió Augusto en el año 14 dC.

Había nacido un 23 de septiembre del 63 aC, provocando que su padre llegara tarde a la sesión del Senado que discutía las medidas a emprender contra la conjura de Catilina. Ironías de la Historia, el niño Octavio se convertiría con los años en alguien que transformaría más radicalmente la estructura política de Roma que lo que hubiera hecho Catilina.

Cambió la Ciudad Eterna dejando una urbe de mármol cuando él la recibió de ladrillo, según su propia expresión en su testamento, las Res gestae, pues la embelleció con templos, foros y otros edificios que algunos todavía impresionan al visitante. Además, pacificó el Imperio tras las guerras civiles desatadas tras el asesinato de César, del que fue heredero y depositario de su capital político.

Durante la campaña cántabra, en el 27 aC, se retiró herido e indispuesto a Tarraco, que convirtió en capital de la provincia más grande del Imperio, la Tarraconense, siendo Tarraco la primera en divinizarlo construyendo un templo en su honor.

Precisamente por ser deudores de su memoria y al seguir celebrando nuestras fiestas mayores en los días de su aniversario y muerte, consideramos que Tarragona debería honrar a quien nos situó en el mapa y nos dio una importancia que traspasando los siglos sigue vigente, de modo que deberíamos conmemorar el bimilenario de su fallecimiento con algún congreso internacional que glosara su figura, pues al rememorar a Augusto, enaltecemos a Tarraco y valoramos nuestro patrimonio.

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