Nueva visita: leyendas de Tarragona

 

    Ubi sunt qui ante nos, in mundo fuere? ¿Dónde están los que nos precedieron? Podríamos responder que está su memoria, lo que nos legaron: ideas, literatura, crónicas, anécdotas,…todo lo que los que han pisado este rincón de mundo con sus cuitas, vivencias, miserias y grandezas sólo han dejado una porción de sí mismos para los que hemos venido detrás, e ignoramos el resto.

     Bien podríamos decir que es verdad. Pero, ¿estamos seguros de que sólo han legado un trozo de sus vidas para que las podamos recordar?

Imagen

     La noche con sus sombras proyecta una luz distinta, fascinante y a la vez misteriosa sobre Tarragona. Calles que todos conocemos pasan a tener otro aspecto, los gatos campan más libremente conocedores en su soberbia de su mejor vista y su habilidad, y hay esquinas oscuras donde algo, fugaz, apenas perceptible, se proyecta en un abrir y cerrar de ojos.

Imagen

     Hay siempre una intrahistoria distinta en el discurrir de una ciudad. Cosas que no están en las crónicas oficiales, que se transmiten a través de textos más difíciles de encontrar, o incluso por tradición oral. Y estas anécdotas ayudan a dar forma también a Tarragona, protegida y a la vez amenazada por espíritus rencorosos o protectores, que ha visto guerras con la miseria y el Mal que conlleva, muertos en extrañas circunstancias e incluso exorcismos.

     Vengan con ARGOS a descubrir esta intrahistoria, aprovechando que la luz ha huido de nuestras calles y la oscuridad campa a sus anchas. Misterios, rincones, anécdotas para no dormir y curiosidades que dan que pensar, porque, ¿quién sabe?, es posible que algunos de los que nos precedieron…sigan entre nosotros.

     DIA: Lunes y miércoles

     HORA: 22:30h

   PRECIO: 8€ adultos//5€ niños (7-16) y jubilados.

     PUNTO DE ENCUENTRO: Portal del Roser

¡Antes morir que rendir!

 

Vivimos tiempos difíciles, aunque bien pensado ¿qué tiempos han sido auténticamente fáciles? Sólo que algunos son un poco más que otros, y a los que nos toca vivirlos nos duele bregar con estas complicaciones sobrevenidas.

Otro de los inconvenientes es que cuando aparece una vía de agua, todo el mundo quiere correr a los botes antes de pensar en cómo podemos taponar el agujero. Claro que hay cosas que no dependen de uno sino de los responsables electos que tienen que ofrecer soluciones, o las tendrían que ofrecer, olvidándose de los parches para solucionarlo. Aunque por desgracia hay visiones que no van más allá de una legislatura, cuando sería necesario poner los cimientos de algo que sea bueno tanto para el que vive el momento presente como para los que vendrán en el futuro.

Hace 202 años, Tarragona (y España entera) sí sufrió una crisis de efectos devastadores, una guerra sin cuartel como la Historia no había visto antes contra la mayor potencia militar del continente en este momento, la Francia napoleónica. ¿Lo fácil? Claudicar, y optar por el laissez passaire. Pero los tarraconenses vieron que hay cosas por las que no se ha de transigir, y optaron por defender su ciudad, porque una vez llegados a un punto, es necesario sacar músculo y aunar esfuerzos.

Imagen

Un asedio de 56 días, el mejor general de Napoleón dirigiendo a los asaltantes, casi 20.000 hombres que se estrellaban una y otra vez contra los defensores de la plaza. Al otro lado, una tropa resoluta y una población que supo vender cara su piel y su libertad, actuando al unísono, sin fisuras, a pesar de tenerlo todo en contra.

El 28 de junio de 1811 los franceses abrían brecha, tomaron la ciudad al asalto y tras acabar con la resistencia, empezaron tres días de saqueo. Tarragona fue directamente asesinada, quedando sólo 300 habitantes…de 60.000 que había en 1810.

Imagen

“Antes morir que rendir” fue el grito de guerra que resonó hasta el último día al pie de la catedral. 202 años más tarde, los tarraconenses han sabido homenajear a aquellos que supieron hacer frente a la mayor de las dificultades que ha pasado nuestra urbe con entereza, arrojo y honor.

Ellos supieron ir al unísono, y con gran esfuerzo fueron capaces de salir de esa encrucijada. Nosotros, ¿vamos a ser menos?

Imagen

La magia de Altafulla

Fertilis et magnibus collibus. Fértil y de grandes colinas, así definía el poeta Floro, en el siglo II dC, la tierra que rodeaba Tarraco, el llamado ager Tarraconensis, en su escrito donde glosaba algunas de las virtudes de nuestra ciudad que la hacían preferible, en su opinión, a Roma.

Tierra de cultivos y de productos que forman parte de nuestra riqueza gastronómica como los olivos o las vides, estaba compartimentada en época romana entre villas y grandes latifundios, del cual el más destacable y probablemente más conocido sea la Villa dels Munts, una vasta extensión de pars rustica (zona de pasto y cultivo) que no ha llegado hasta nuestros días y pars urbana, la villa propiamente dicha, con termas con piscina y sauna, unidas al cuerpo general de la casa por un pasillo techado. Declarada por su magnificencia y esplendor Patrimonio de la Humanidad en el año 2000.

Pero, como ocurre demasiado a menudo, si salimos d’Els Munts parece que no pueda haber nada más, cuando en realidad falta descubrir lo mejor de esta zona de la Tarraconense: Altafulla.

En sus calles se respira paz, invitando, con su silencio, pulcritud y encanto, a perderse por sus empinadas callejuelas que llevan hasta la Plaça del Castell, bordeando fachadas ocres o encaladas, arcos, pasajes como el de Santa Teresa y entendiendo a cada paso los motivos por los cuales alguien que se paseó por todo un país con su mochila, el inolvidable José Antonio Labordeta, decidiera retirarse a vivir a Altafulla.


 

Pueblo creado durante la Reconquista, supo hacer de este feudo una villa próspera que se ha redescubierto a sí misma gracias a la huella dejada por los señores feudales, los marqueses de Tamarit, la familia Montserrat primero y los Suelves actualmente, que siguen residiendo en el castillo medieval en verano, con vistas al pueblo y a la vecina iglesia de San Martín, joya del barroco en proceso de restauración, donde encontramos la sepultura de un reputado científico y su familia, Antonio Martí i Franquès (1750-1832), que hizo trabajos sobre el aire y la reproducción de las plantas.


Pasear por Altafulla es viajar en la máquina del tiempo para poder conocer cómo era un pueblo antes de que las prisas, reales o impuestas, de la globalización, nos hicieran cambiar, pues sólo con la calma que despiertan sus calles y sus casas podremos apreciar la belleza de un pueblo único.

Curiosidades tarraconenses

Muchas veces, cuando se habla de Tarragona, se tiende a pensar en las grandezas romanas, a cuya sombra seguimos viviendo y de las que escribió nuestro humanista Lluís Pons d’Icart. Pero más allá de la caída del Imperio, parece que nuestra ciudad se hubiera sumido en un olvido histórico y en el que no pasó nada entre la llegada de los bárbaros en el siglo V dC y el asedio francés de 1811.

La realidad, pero, es mucho más versátil y aunque parezca mentira, la ciudad tuvo momentos interesantes en la época moderna, bien por la importancia de quien por aquí pasó como lo que pasó por aquí.

En el siglo XV, Tarragona es poco más que una urbe encastillada en las ruinas de la zona monumental de Tarraco, con una zona de conventos y huertas por la actual Rambla Vella y de residencias por el barrio de la Marina, con elementos de fortificación que ya la convertían en importante plaza fuerte. Destacará no tanto, pues, por la expansión urbana como por el pedigrí de personajes que sin ser de Tarragona le dieron un momento de gloria. ¿Ejemplos? Ahí van unos cuantos.

                En 1520, Carlos I es nombrado Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y parte para los territorios alemanes, dejando como regente a su tutor, el flamenco Adrian Florensz, un cardenal más ocupado en el gobierno de España que en los asuntos pontificios. Pero a la muerte de León X en 1522, el cónclave lo elige Papa, aceptando el cargo casi con desgana y escogiendo no cambiar su nombre de pila, al contrario que muchos otros pontífices: Adriano VI. Enterado en Vitoria de su designación, viaja por el Ebro para llegar hasta Tarragona, donde se hospedará unos días antes de embarcarse hacia Roma. Ni qué decir tiene la importancia que tal estancia tuvo para la ciudad, que recibió con todos los honores a quien tampoco era un desconocido, pues había sido obispo de Tortosa.

No es esta la única vinculación de nuestra ciudad con la Santa Sede, pues un arzobispo de Tarragona, Pedro de Urrea, fue nombrado por el papa Calixto III (tío del famoso Alejandro VI, el papa Borgia) comandante general de la Armada Pontificia, derrotando a los turcos en una batalla naval el 1455 y recibiendo como premio el honor de colgar la enseña vaticana que ondeaba en la galera capitana en lo alto de la nave central de la catedral, donde estuvo expuesta hasta su retirada en el año 2008.

También relacionado con el César Carlos tenemos una consecuencia de la famosa victoria de Pavía: en 1525 las tropas imperiales vencen de forma contundente en esa localidad italiana a Francisco I, Rey de Francia, que es hecho prisionero durante la refriega. Carlos lo tratará con caballerosa amabilidad, aceptada a regañadientes por el monarca francés, enemigo durante todo su reinado del poder que ostentaba el Emperador. Embarcado hacia España, es encerrado en Tarragona durante unos meses en el Castillo del Patriarca, imponente fortaleza-palacio que se alzaba, alta como la catedral, en el solar delimitado hoy por las calles Merceria, Nou del Patriarca, Pare Iglesias y Plaza del Forum. Y allí, en jaula de oro, pasará Francisco I unos meses, huésped obligado de los tarraconenses que lo veían pasar a caballo con gran pompa camino de la catedral para oír misa.

Tarraquna musulmana

A inicios del siglo VIII, el reino visigodo de Toledo estaba en franca decadencia: usurpaciones, guerras civiles y desde la centuria anterior que se había perdido el control de parte de la costa andaluza y levantina al estar ocupada por los bizantinos, en plena expansión por el Mediterráneo durante el reinado de Justiniano intentando recuperar tantos territorios como fuera posible para recuperar el esplendor del Imperio Romano. Es en este contexto cuando en el 711, un ejército musulmán invade la Península, derrota fulminantemente al monarca visigodo Don Rodrigo en la batalla de Guadalete, teniendo así camino abierto para la penetración hacia el interior a gran velocidad, cosa que se explica por la utilización de parte del entramado viario que los romanos habían construido en Hispania.

En Tarraco, las autoridades eclesiásticas escapan ante la amenaza, y parece que la ciudad caerá en el 716 ante las tropas de al-Hurr (otras fuentes afirman que fue asediada y tomada al asalto en el 713 por los árabes, y de ahí que fuera abandonada), pero a pesar de crónicas que nos hablan de una destrucción considerable, parece que la evidencia es que la ciudad no fue más derruida de lo que ya podría estar, pues no hay que olvidar que la urbe visigoda se alzaba sobre la colina donde había estado el gran complejo de Tarraco, el Foro Provincial, la catedral en la parte del templo, y poco sobre el gran circo.

               Lo que sí es cierto es que a pesar de la islamización del topónimo romano, de Tarraco a Tarraquna, no hubo una ocupación urbana propiamente dicha, pues todas las crónicas hacen referencia a un área despoblada con vestigios espectaculares (“…con cimientos muy viejos y maravillosos”. Arrazí, siglo IX), probablemente debido a la proximidad a los reinos cristianos, pues Barcelona cae en manos carolingias en el 801, e Ibn Jaldun cita a Borrell como conde de Barcelona y Tarragona, pero parece que era puramente nominal, pues el papa Juan XIII todavía habla de Tarragona como cautiva de los musulmanes. Habrá actividad humana brevemente durante el Califato de Córdoba, pero no podemos hablar de ciudad propiamente dicha hasta la Reconquista, en el siglo XII.

Batalla de Pont de Goi

            También conocida como Batalla de Valls, pues con este nombre aparece en el Arco de Triunfo de París, fue una confrontación entre los ejércitos franceses y españoles durante la Guerra de la Independencia, en febrero de 1809.

En Tarragona, el gobernador Juan Smith era contrario a dejar que las tropas de Napoleón merodearan por el territorio a sus anchas y decide tomar la iniciativa en Valls para derrotar a las fuerzas comandadas por el mariscal Gouvion Sait-Cyr. A la cabeza de las tropas que salen de la ciudad marcha el suizo al servicio de España Theodore de Reding, el artífice de la victoria en Bailén unos meses antes, que despliega a sus tropas por la zona del pont de Goi, en las alturas que dominan el puente sobre el Francolí, confiando que este cuello de botella fuera suficiente para taponar el avance francés.

Otro motivo de la salida era reagrupar a las tropas dispersas por el Penedès e Igualada batidas por el mariscal napoleónico, y volver con ellas a Tarragona, de ahí el interés del invasor de ocupar Valls y cortar la retirada a Reding y los suyos, los cuales viéronse obligados a batirse en una posición aparentemente favorable, en unas alturas que dominan el Francolí y el puente de Goi, que desafortunadamente fueron superadas por una arriesgada carga de caballería francesa seguida por la infantería de Saint-Cyr compuesta básicamente de regimientos italianos, desbaratando y derrotando así la línea española, y el propio Reding deberá escapar de los dragones franceses a sablazos, salvando la vida in extremis gracias al oportuno pistoletazo descerrajado a quemarropa por su ayuda de campo, llegando malherido a Tarragona, donde morirá en la epidemia de cólera que afectará a la ciudad pocos meses más tarde, en abril de 1809.

   Hoy día, doscientos años después, todavía podemos cruzar el mismo puente que vio la batalla y por la misma carretera, contemplando las alturas de Serradalt desde donde Reding emplazó a sus tropas, pues poco ha cambiado en todo este tiempo: el puente, la carretera y las ruinas del molino en la orilla del río, el escenario de la segunda batalla a campo abierto de toda la guerra después de Bailén en 1808. Precisamente este hecho de armas es el que hará que Napoleón se dé cuenta de la importancia estratégica que tenía Tarragona y empezara a diseñar una estrategia para tomarla: tras un amago hecho por el propio Saint-Cyr, desestimado al no disponer de artillería de sitio, será Suchet quien lo logre en 1811.