Visitas al campanario de la catedral de Tarragona

 

     La vida cotidiana es caprichosa. A base de pasar por los mismos sitios, o vivir en la misma ciudad, hay detalles que se nos escapan puesto que al formar parte de nuestro día a día ni le prestamos atención, y eso sirve tanto para una tienda, para las caras de los que nos cruzamos en el mismo ángulo para ir a trabajar o un edificio.

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  En Tarragona no escapamos a este hecho. La muletilla “de toda la vida” tapa la realidad de que como algo siempre ha estado ahí casi que nos da la sensación de conocerlo cuando en realidad ignoramos sus peculiaridades. El paradigma de este hecho es algo que siempre ha estado ahí, en un punto elevado de la ciudad, fotografiado por ciudadanos y visitantes, visto en ocasiones especiales y de alguna manera querido, pero al que nunca nos hemos atrevido a adentrarnos en sus detalles, como se quiere a un vecino entrañable pero del que se ignora si tiene familia o de qué trabaja.

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     En nuestro caso, la catedral es el claro ejemplo de algo que se sabe que está ahí, se admira lo más obvio, su espectacularidad, el rosetón o la imponente mole. Y poco más.

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     No repetiremos que se ha reinaugurado tras dos años de obras de restauración y que ahora luce en todo su esplendor, o que hemos recuperado frescos que habían permanecido ocultos. Pero por fin ahora en Tarragona tendremos la oportunidad de visitar lo que nadie antes ha podido ver del principal templo de la ciudad gracias a las nuevas visitas organizadas por la Catedral y realizadas por ARGOS SERVEIS CULTURALS.

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     ¿Sabían que el claustro oculta un muro romano del complejo sacro de culto imperial romano del siglo I dC? Ahora se podrá visitar. ¿Y quién no ha pensado nunca en poder contemplar Tarragona a sus pies y se ha conformado con hacerlo desde la Torre del Pretorio? Ahora tenemos la oportunidad de encaramarnos al punto más alto de la ciudad subiendo al campanario, donde todavía hay las campanas originales que marcan el calendario litúrgico, y desde donde está la Capona, la campana horaria, admirar las increíbles vistas.

Horario:  Sábado, a las 10:00, 11:30 y 16:00.

Precio: 15€ adultos y 10€ jubilados

Contacto: reservas@argostarragona.com

Telf: 670 55 34 04 y 696 27 78 57

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Escaleras del Vapor

A estas alturas, a nadie debería sorprenderle que de vez en cuando se vayan redescubriendo restos de nuestro pasado que hasta la fecha habían pasado desapercibidos, restos que han permanecido ocultos entre cañas y hierbajos y que han necesitado que alguien se acordara de ellos.

A finales del siglo XX se procedió, en un programa de construcción de viviendas por la zona entre Jaume I y la Chartreuse llamado las Escaleras del Vapor, a dejar limpio un solar donde aún resistían unas estructuras del siglo XVIII, unos molinos de los que nos hablan las crónicas desde la época medieval como “Els Molins del Port”, y se encontraron almacenes romanos en un más que correcto estado de conservación, así como la famosa Fuente de los Leones, en perfecto estado de revista y que volvió a funcionar así que unas oportunas lluvias llenaron de nuevo la cisterna, fuente que está conservada y protegida dentro de un aparcamiento de un bloque de pisos.

Uno de los elementos recuperados fueron las ruinas de lo que parecía una fuente monumental o un ninfeo, santuario dedicado a las ninfas: una estructura semicircular, probablemente circular, con columnas perimetrales y una fuente en el centro, con los agujeros en los muros laterales para colocar las tuberías que alimentarían de agua al estanque. Construido en época imperial, por los restos excavados en los alrededores parece que estuvo en uso hasta el saqueo franco de Tarraco en el 260dC, cuando parece que la parte baja de la urbe fue abandonada tras el paso de los bárbaros que asaltaron la ciudad en esa época turbulenta.

Tras años de sufrir las inclemencias del olvido, se ha procedido a limpiar la zona de las Escaleras del Vapor para dignificar el ninfeo y englobarlo a los atractivos arqueológicos de Tarraco, cuya parte baja ha estado demasiadas veces olvidada, fascinados por las monumentales ruinas del área monumental de la Parte Alta, e incluso se han realizado visitas explicativas al yacimiento acompañados de algunos de los arqueólogos responsables del proyecto.

Esperamos ansiosos el día en que el ninfeo, la Necrópolis, el teatro y las termas de la calle Sant Miquel entren a formar parte de nuestros circuitos culturales como polo de atracción del turismo para reivindicar una zona de Tarragona demasiado tiempo olvidada.

 

La Catedral de Tarragona

Desde hace dos mil años, en lo alto de la colina que domina Tarragona se ha levantado un edificio de culto que ha sido, de alguna manera, no sólo un referente para la ciudad sino también para el territorio.

 

El templo de Augusto dio paso a una catedral visigoda de la que no acabamos de tener claro el emplazamiento exacto y con la Reconquista debió haber algún centro de culto románico que enseguida dio paso a la obra que hoy podemos contemplar.

 

Cuando muere el obispo de Tarragona Hug de Cervelló (bueno, lo matan, pero esa es otra historia), en su testamento ha dejado una fortuna para levantar una nueva catedral, empezando enseguida las obras que irán mejorando tanto sus sucesores (como Pere de Clasquerí, Saénz de Heredia o Antonio Agustí) como canónigos y miembros del clero y de la nobleza. Así, se irá dando forma a un templo enorme por sus dimensiones (107 metros entre la puerta principal y el ábside y 23m de alto en la nave central) como por su monumentalidad, pues el ábside es de estilo románico europeo, mucho más estilizado y esbelto que el hispánico, más robusto y de dimensiones más modestas.

 

Consagrada por el infante Joan d’Aragó, arzobispo de Tarragona y patriarca de Antioquía en mayo de 1331, la fachada principal, de estilo gótico inicial e inconclusa debido a la epidemia de la Peste Negra de 1348, está decorada con tallas de la Virgen con el Niño en el parteluz flanqueada de apóstoles y profetas, y encima el Juicio Final. Del interior, eminentemente gótico, hay que destacar por su belleza no sólo la Capilla de los Sastres del siglo XIV (que la restauración está dejando al descubierto los frescos que la decoraban), sino también la de la Inmaculada (barroca, siglo XVII) y la de nuestra patrona, Santa Tecla, neoclásica del siglo XVIII. Pero la auténtica joya, obra del gran renacentista Pere Blai, es sin duda la Capilla del Santísimo, decorada con dos columnas romanas del Foro Provincial en la puerta y un altar mayor con pinturas al fresco en la pared que representan la Eucaristía.

 

Si todo va bien, las obras van a terminar el próximo 15 de junio y por fin vamos a ser la única generación en 800 años que la verá limpia de arriba abajo, con parte de la policromía original recuperada y luciendo en todo su esplendor.

Centcelles

La grandeza de una nación se mide no sólo por su riqueza, potencia industrial o capacidad de trabajo, sino también por cómo sabe cuidar su pasado para mejorar su futuro, pues la Historia está ahí para quien quiera estudiarla.

La grandeza de una ciudad se mide siguiendo las mismas pautas, aunque inevitablemente a remolque del país al que pertenece, y a veces puede darse el caso de que pueda ser considerada un espejo en el que otras urbes puedan reflejarse para potenciar sus atractivos.

Nuestra querida Tarraco pasó por un momento de niebla y olvido, siendo sólo un foco de luz para aquellos que se preocupaban de amarla y descubrirla, casi siempre venidos de fuera: Adolf Schulten, Géza Alföldy, o nuestros Sánchez Real, Recasens, Hernández Sanahuja o Serra i Vilaró.

No muy lejos de Tarragona tenemos una villa del siglo IV dC de sugerente nombre (Centcelles, de Centum cellae, cien habitaciones) ubicada en una zona que nos recuerda la figura de un emperador de la época, Constantino el Grande, pues Constantí se llama el pueblo donde está ubicada, y Silva Constantina se llamaba la vecina localidad de la Selva del Camp, y se piensa que bajo el atrio de la villa, convertida en mausoleo, se enterró al hijo de Contantino, Constante, muerto en el 350 dC.Este mausoleo tiene una cúpula decorada con mosaicos en un buen estado de conservación e interesante temática cristiana, y era visitable…porque incomprensiblemente se ha cerrado al público.

Sin previo aviso, sin excusas ni motivos. Simplemente, se ha cerrado. Enfermedad del vigilante, y “casualmente” ningún sustituto a la vista, los responsables del Museo Arqueológico han decidido cerrar la instalación. No niego que no pueda haber motivos, pero la falta de información y la poca voluntad de dar explicaciones, de nuevo, campan por sus respetos. ¿Qué más da que Tarragona tenga la Necrópolis más importante del Imperio Romano y un mausoleo con mosaicos único en Occidente? Se cierra, y a otra cosa mariposa. Y, mientras tanto, los responsables políticos que deberían entender el potencial turístico de estos restos, o miran para otra parte desde 1993 (caso de la Necrópolis tarraconense) o protestan para, por ahora, obtener buenas palabras (Constantí). Sigamos así, y a este paso de nuevo nos quedarán sólo las playas, que es lo único que aún no habrán podido cerrar.

Paseo Arqueológico: un par de curiosidades

La ciudad de Tarragona estaba protegida por su zona Norte por un desnivel muy abrupto del terreno que fue fortificado para una mejor defensa ya desde el establecimiento del primer campamento romano allá por el 218 aC.

Este recinto murario fue mejorado en el siglo XVIII con una serie de fortines que llegaban hasta el mar, empezando por el fortín del Rosario en lo que hoy es el Parque Saavedra en el Portal del Roser, continuando por la contramuralla del Paseo Arqueológico (Fortín Negro, Baluarte de Santo Domingo,…) y siguiendo hasta la playa del Milagro con los fortines de San Jacinto, la Cruz, Puente de Armas, Sant Jordi y la Reina, de los cuales los dos últimos han llegado intactos hasta nuestros días y el primero tiene el antiguo (y abandonado) sanatorio de la Casa Blanca por sombrero, además del baluarte de San Clemente, probablemente más conocido por haber tenido encima al Hostal del Sol.

Si caminamos por el Paseo Arqueológico lo haremos por un espacio que alberga más historia de lo que parece, a pesar de que no fuera muy útil en el asedio de 1811, pues el mariscal francés Suchet era un profesional que no arriesgó a sus tropas estrellándolas contra este espacio fuertemente defendido y optó por atacar desde el Sur, por la zona del Francolí. Pero los que sí posiblemente fueran ruidosos testigos del asedio y toma de la plaza son los cañones que, firmes y discretos, aún apuntan por la muralla hacia el Campo de Marte, reliquias del siglo XVIII que fueron montados de nuevo en cureñas de madera hechas para la ocasión para decorar ese espacio cuando se abrió el Paseo Arqueológico al público.

Bueno, abrir es un decir, pues fue organizado durante la República pero inaugurado oficialmente en 1940 por los ministros de Exteriores de Franco y Mussolini, Serrano Suñer y el conde Ciano, respectivamente. Fue más adelante, pero, cuando se colocaron las piezas de artillería que hasta ese momento habían sido reutilizadas para finalidades menos bélicas, pues habían estado enterrados hasta la mitad en los muelles del puerto para que los barcos pudieran atar sus amarres. Por eso, si uno se fija bien, verá que una mitad del cañón está completamente oxidada al haber sido la parte expuesta a la intemperie, mientras que la que estaba enterrada en el muelle está lisa y entera.

Pero si se sigue caminando por el Paseo Arqueológico, al final de todo, se podrá contemplar el campo de futbol El Roqueral, enclavado encima de lo que probablemente sea el baluarte más antiguo de Tarragona, el de Stahremberg, construido en el siglo XVII y llamado así en honor del conde Guido Wald Rüdiger von Starhemberg (1657-1737), comandante en jefe de las tropas austríacas en España durante la Guerra de Sucesión y virrey de Cataluña en 1711. Sus muros pueden ser contemplados desde el Passeig Torroja a la izquierda desde las Piscinas Tarraco justo después del párquing.

 

 

Dos espacios (casi) desconocidos.

Las propias ruinas de Tarraco nos remiten a su grandeza pasada, que nunca nos cansaremos de elogiar por su monumentalidad e importancia aparte de que es, debe ser y será uno de los grandes imanes de atracción de turismo, pues aunque hay otras ciudades que nos superen, la nuestra tiene un toque especial.

Ampliamente conocidos son las murallas, el circo, el Pont del Diable,…pero tenemos dos lugares que, desgraciadamente, pasan mucho más desapercibidos, no ya por nuestros visitantes sino a veces también para los encargados de su conservación. Y ambos tienen en común a la persona que los excavó y estudió, un tarraconense de pro nacido en Cardona en 1879, el religioso Joan Serra i Vilaró, arqueólogo al que le debemos el descubrimiento de espacios que deberían ser emblemáticos en Tarragona.

Uno de ellos es el Foro de la Colonia, un amplio yacimiento enclavado detrás del Mercat Central entre las calles Lleida i Soler, y a un nivel superior. El Foro que hoy se puede visitar no es más que una pequeña parte de la gran plaza de Tarraco desde la cual se administraba el día a día de la ciudad, pues para admirarla entera sería necesario arrasar todas las edificaciones entre las calles Canyelles y Gasòmetre, Lleida y Unió. Se pueden contemplar los zócalos donde se levantaban las columnas que dividían las naves de la basílica, de la cual se reconstruyeron un par de espacios abovedados y se colocaron, con más interés estético que histórico, unas cuantas columnas con sus capiteles y un entablamiento. Pasado el puente, lo que queda (debidamente “arreglada”) de una calle con cloaca y los restos de casas, interesante en la medida que aunque no es tan espectacular como la zona monumental en la Parte Alta nos permite hacernos una idea de cómo podía ser la Tarraco habitada por alguno de los 40.000 ciudadanos, con sus vidas y preocupaciones, alegrías y penas.

El Foro es menos visitado, pero ahí sigue abierto para quien quiera descubrirlo. Otro cantar, por desgracia, es la Necrópolis, excavada a partir de 1925 por Serra i Vilaró aprovechando que era el espacio escogido para construir la Tabacalera. Miles de tumbas de todas clases (2.050, para ser exactos), restos humanos, mausoleos,…un vasto espacio de uso fúnebre entre los siglos III y VI dC y que por su extensión es de las más importantes del Imperio Romano, con elementos tan característicos como el mosaico del obispo Optimus, el llamado “Sarcófago del Pedagogo” o la famosa muñeca articulada de marfil encontrada como ajuar funerario en la sepultura de una niña de 5 años.

Todo esto sólo puede vislumbrarse desde la calle, pues por desgracia en 1993 se cerró por decreto de sus responsables, a los cuales nunca se les ha pedido explicaciones por privar a la ciudad de tan fabuloso museo además de no ser presionados para reabrirlo.

Serra i Vilaró murió en 1969 y está enterrado en nuestra Necrópolis, dentro de una tumba romana por él encontrada, y ahí sigue sufriendo sus huesos la soledad acompañada de la memoria de 2.050 personas que, como él y como nosotros, también amaban Tarraco.

 

El Cuerpo de Guardia (Paseo Arqueológico)

Desde el mismo momento en que las tropas de Gneo Escipión pusieron pie en lo que luego será Tarraco que la ciudad ha sido considerada plaza fuerte: de los romanos a los visigodos, de la época medieval a los tiempos de los Austrias, de los Borbones hasta la década de los cincuenta del siglo XIX. Su posición privilegiada sobre una escarpada colina por su ladera Norte desde la cual no sólo se domina la línea de costa que abarca desde la Punta de la Mora al Cabo Salou, sino también toda la llanura que se extiende hasta las Montañas de Prades, ha permitido que la urbe fuera considerada un baluarte a lo largo de toda su historia, pues no en vano durante la Guerra de la Independencia se la llamó “Tarragona la fuerte”.

Las imponentes murallas levantadas por los romanos fueron reaprovechadas por la ciudad a partir de la Reconquista, principalmente las que rodean la colina sobre la que se asentará la Tarragona medieval y moderna, siendo remodeladas en el siglo XIV para reforzarlas (la Torre del Arzobispo sería un ejemplo), y mejorándolas en el siglo XVI como el Fortín Negro.

Sin embargo, será en 1704, durante la Guerra de Sucesión, cuando ingenieros británicos mejoraron las defensas y enfrente del muro romano levantaron una imponente contramuralla, la Falsa Braga, con troneras para la artillería y con baluartes para poder resistir mejor un posible asedio. Dentro de este complejo, visitable en el actual Paseo Arqueológico, construyeron también el Cuerpo de Guardia, lugar de descanso de la tropa de guarnición con distintas salas abovedadas comunicadas entre sí debajo del baluarte de Santo Domingo.

A raíz del bicentenario del asedio y toma de Tarragona por los franceses en 1811, el Ayuntamiento adecentó este espacio con unos interesantes paneles indicativos sobre la historia de la muralla, con grabados de la época moderna, una reproducción a escala real del relieve romano de la diosa Minerva que se encontró en  la torre del mismo nombre y, lo más interesante aparte del audiovisual, una maqueta que muestra cómo era la ciudad antes del asedio napoleónico, con los fortines y murallas que la defendían, pocos de los cuales han llegado hasta nosotros.


Sézession Tarraconense

El XIX es el siglo de la burguesía, del vapor, del progreso, de la Revolución Industrial y de los cambios y mejoras de la técnica y de la ciencia. En arquitectura, las novedades también son significativas, pues del sobrio y tradicional Neoclásico pasamos a un estilo paneuropeo que, con variantes, triunfará a lo largo y ancho del Viejo Continente: el Modernismo, llamado de distintos modos según el país, desde el Art Nouveau francés al Liberty anglosajón, del Jugendstil alemán al Sézession austríaco.

Otto Wagner fue uno de los arquitectos estrella del Jugendstil de la Monarquía Dual austro-húngara. Nacido en 1841 y muerto en 1918, sus primeras obras, influencia del mundo sobrio y tradicional de la Restauración post napoleónica, estaban marcadas por un fuerte historicismo, movimiento del cual se irá desvinculando una vez fuera nombrado profesor de Arquitectura en la Escuela de Bellas Artes de Viena en 1894. Ya en esa época se había hecho partidario el nuevo movimiento que identificamos con nuestro Modernismo, el Jugendstil, e incluso había diseñado un plano urbanístico para la nueva Viena decimonónica, del que sólo se hizo el Wiener Stadtbahn, el ferrocarril urbano, del cual aún hoy en día podemos ver algunas de las estaciones como la de Karlsplatz.

Precisamente la sobriedad del modernismo de Austria-Hungría capitaneado por Wagner empujará a ciertos sectores de la sociedad española, sobre todo los más conservadores, a imitar este estilo centroeuropeo, fascinados por el sistema político imperial encabezado por Francisco José, mucho más que en el Art Nouveau de la República Francesa, demasiado “moderno” a su gusto. Y Tarragona es un extraordinario, y acaso único, exponente en Cataluña de esta influencia austríaca, acostumbrados como estamos al Modernismo de inspiración gala: el arquitecto municipal de Tarragona Josep Maria Pujol de Barberà (1879-1949) será un buen discípulo de Otto Wagner, pues al diseñar nuestro Mercado Central, inaugurado en la Plaza Corsini (entonces del Progreso) en 1915, se inspiró claramente en las entradas del metro vienés de la estación de Karlsplatz, con sus molduras y arcos de medio punto en las puertas.

De modo que en Tarragona podemos disfrutar de un ejemplo de la arquitectura vienesa, aunque sea en nuestro caso de un aceptable refrito para adaptarse a los gustos locales: de estación de metro a mercado central.

Castillo de Miravet

  Aprovechando una elevación del terreno utilizada como nudo geoestratégico ya desde tiempos de los íberos, de los cuales sabemos que tenían un castrum, los almorávides, en su afán por purificar la por ellos considerada decadente Al-Alndalus, invadieron la Península para hostigar a los reinos cristianos (que avanzaban lenta pero inexorablemente), edificaron una fortaleza en Miravet en el siglo IX.

En 1153, las tropas del conde de Barcelona Ramon Berenguer IV toman el castillo, el cual es otorgado como dación en pago por la ayuda a la Orden del Temple, un grupo de monjes-guerreros de la probablemente más conocida de las órdenes militares que florecieron en la Edad Media en tiempos de las luchas contra los musulmanes buscando no solo la propagación del cristianismo sino también una paz espiritual que les permitiera acceder al Paraíso, de ahí que Miravet fuera readaptado a las nuevas necesidades bélico-espirituales y sea aún hoy un buen ejemplo de la arquitectura templaria y fuera tomado como modelo para otras fortificaciones como Peñíscola.

Construido por maestros venidos del Rosellón e impregnado de la austeridad del románico cisterciense, pues se cree que los artífices de Miravet lo fueron también de Poblet, Santes Creus y Vallbona de les Monges, debía ser la imagen de la Casa y Castillo de Dios en la Tierra, cosa que explica la sencillez ornamental y que sus formas nos retrotraigan al templo sagrado por excelencia, el de Salomón en Jerusalén.

Miravet fue terminado en 1167 por Arnau de Torroja, que llegaría a gran maestre antes de partir para Tierra Santa para preparar la Tercera Cruzada. En la obra participaron cerca de dos mil obreros que utilizaron 200.000 toneladas de piedra, 60.000 kg de piedra y 15.000 de cal para levantar una fortificación capaz de albergar una guarnición de entre 20 y 30º caballeros, 60 escuderos y 20 sirvientes, suficientes para controlar la zona que se domina desde el meandro del Ebro.

El esplendor terminó cuando en 1307 el Papado, en connivencia con el rey Felipe IV de Francia, disolvió a los templarios. Miravet, que se había convertido en sede de la Orden en la Corona de Aragón, cayó tras un año de asedio en 1308, terminando así el poder del Temple en Cataluña.

Querida Tarraco

 Tarraco, quanta fuit, ipsa ruina docet…

En 1537, el arquitecto renacentista italiano Sebastiano Serlio, en su Regole generali di architettura nos habla de Roma, cuya grandeza queda patente en sus ruinas y en las que hay dispersas por lo que fue el imperio. Esta misma frase, reconsiderada en clave tarraconense, deja patente desde el siglo XVI que nuestra Tarraco nada tiene que envidiar a la Ciudad Eterna, cuando Lluís Pons d’Icart así lo escribió en su obra Libro de las grandezas y cosas memorables de la metropolitana, insigne y famosa ciudad de Tarragona allá por 1572.

Los tarraconenses nos hemos acostumbrado, por el discurrir de los siglos, a que nuestro patrimonio sea parte del paisaje, de la decoración urbana, y el color ocre de los bloques de arenisca extraídos de la cantera del Mèdol hace 2.000 años nos es tan familiar como el azul del Mediterráneo que nos baña. Pero la costumbre tiende a desmerecer el paisaje, y eso no haría justicia a los elementos que han soportado siglos y guerras para llegar más o menos intactos a nuestros días.

Urbes hay con restos de la grandeza de los romanos, empezando por la propia capital. Y sin duda, muchas en buen estado de conservación o con elementos monumentales que nos pueden dejar boquiabiertos, quien lo duda, tal vez a todos nos venga enseguida Pompeya a la cabeza, pero nuestra Tarraco conserva cosas que la hacen distinta.

Quien camine a la vera de las murallas por la Via de l’Imperi Romà no puede dejar de admirar la monumentalidad de un anillo defensivo construido a finales del siglo III aC e inicios del II con una base megalítica excepcional, siendo como es el recinto que delimitaba el perímetro de la primera fundación romana fuera de Italia, con una altura de 12 metros y un grosor aproximado de 6, cosa que no está nada mal si pensamos que en ese mismo período, las murallas servianas que protegían Roma (construidas en el siglo IV aC) tenían una anchura de 3’6m y estaba hecha solo con sillares regulares y no con una base de piedras megalíticas como la de Tarraco.

Lo curioso es que la muralla romana, en algunos tramos, ha perdido su evidencia física pero en el trazado de las calles modernas podemos, de alguna manera, saber por dónde discurría: si con un mapa y una regla en la mano reseguimos las calles Sevilla y Lleida, no es casualidad que sean la continuación de la muralla que queda interrumpida en Imperi Romà esquina Rambla Vella. ¿He dicho que hemos perdido la muralla en esta parte de la ciudad? No, más bien trasladamos los bloques de sitio para reutilizarlos: si alguien los quiere ver, no tiene más que ir al puerto y ver desde la Escala Reial el muro del Carrer del Dic de Llevant sobre el que se levanta el reloj del puerto, Sanidad Exterior y la Comandancia de Marina.