Es por todos conocido el hecho de que allá por el año 27dC, poco después de convertirse en señor del mundo tras la derrota en Actium de Marco Antonio y de la más sexy que guapa Cleopatra, el emperador Augusto vino a vivir a Tarraco para dirigir desde nuestra ciudad la campaña contra los cantabrii y los asturii. Su estancia de dos años hará que la urbe sea premiada con la capitalidad de la provincia, pero la relación de Tarragona con testas coronadas continuará a lo largo de su Historia.
De los emperadores romanos, también Adriano en el 122dC pasó una temporada en nuestra ciudad, pero no podemos olvidar que a lo largo de los siglos la urbe fue sede regia, tanto de los propios monarcas como de extranjeros.
Tarragona será lugar de residencia de Juan II y la familia real durante la Guerra Civil Catalana entre el Rey y la Generalitat (1462-1472), al ser Barcelona ciudad hostil tomada por los rebeldes, hasta el punto de que su esposa y madre de Fernando el Católico, la reina Juana Enríquez, murió en febrero de 1468 en el Palau del Cambrer, al lado de la catedral.
Tarragona verá pasar a Carlos I y al futuro Felipe II en 1543, pero mucho antes, en 1525, la ciudad acogerá a un ilustre y regio prisionero: Francisco I de Francia, cautivo del César Carlos en la batalla de Pavía, será encerrado y tratado con todos los honores en el Castillo del Patriarca, hoy desaparecido, que se levantaba entre la Plaça del Fòrum y la calle Merceria. E incluso hubo un intento de rescate, frustrado al no dejarse sobornar la guardia.
Y por último, en 1829 nuestra ciudad acogió la recepción a Francisco I de las Dos Sicilias y a su esposa, la reina María Isabel de Borbón, que vinieron con su hija María Cristina para que ésta desposara a Fernando VII. La ciudad se engalanó ante tan regios huéspedes e hizo un esfuerzo económico para presentar sus mejores galas, pues todavía se resentían en nuestras calles y nuestra demografía la debacle que supuso el sitio y toma por los franceses en 1811.