Una virtud, o defecto, que tenemos es pensar que nuestra época es distinta a todas las demás: dejando aparte un cierto toque de pesimismo inherente a nuestra especie (pues ya un papiro egipcio situaba los males de la sociedad en la indolencia de la juventud y su descreimiento), pensamos que somos un poco mejores que los que nos han precedido, y más modernos.
Cuando rememoramos la Antigüedad quedamos fascinados por muchas cosas que hacen que no nos separe una gran distancia emocional entre, pongamos, Barbius Myrissimus, sacerdote del culto imperial en Tarraco, de nosotros mismos o del panadero de la esquina. En cambio, hay facetas en las que los miramos con recelo, como considerándolos unos vecinos oscurantistas, ignorantes de realidades que ahora nos parecen meridianas.
Hay mucho de romano en nosotros. Ellos eran terriblemente tradicionales y apegados a las formas, aunque fuera a través de rituales arcaizantes, pero ¿quién no se ha sentido fascinado por los británicos y su aprecio a costumbres que se remontan a varios siglos atrás?
Hay un algo que nos encadena a las formas, a las tradiciones, pues nuestra alma romanizada que late cubierta por siglos e influencias mil sigue latiendo con fuerza: nos ata a algo que nos sobrepasa, que es anterior a nosotros, que nuestros padres y abuelos hacían igual, la llamada costumbre de los antiguos, la mos maiorum en latín.
La fe pierde fuerza en nuestros tiempos, más aficionados a lo material y a lo inmediato. Los romanos tenían un punto de descreimiento a sus dioses mezclado con un respeto reverencial, “por si acaso existen”, se sunt Manes. ¿Y nosotros? A fin de cuentas, en la época de la comunicación de masas, medio mundo ha estado pendiente del humo que podía salir de una chimenea.
Llega la Primavera, y con ella Semana Santa. Las calles de Tarragona volverán a ver palmas y palmones, pasar el vía crucis, a ser iluminada por la tenue luz de las velas y a reflejar en el rosetón de la catedral las sombras de Dios hecho Hombre camino del Calvario.
La procesión de Viernes Santo se realiza en Tarragona desde el siglo XVI, y en un par de días, como hace 500 años, los tarraconenses saldremos a la calle pera ver pasar el Santo Entierro o participar como cofrades en un elemento que es una mezcla de fe y tradición, fiesta y rito.
Muchos puede que ni crean. Otros, a su manera. Pero todos de algún modo hemos hecho nuestros estos días a través de algún recuerdo, alguna costumbre o un particular ritual.
Tarragona florece con la Primavera. Y reverdece algo que nunca se marchita, la mos maiorum.