GÉZA ALFÖLDY, IN MEMORIAM

     Ha muerto el último cives Romanus, una ciudadanía que ganó a base de trabajo, esfuerzo y dedicación plena: Géza Alföldy, un sabio y un señor.

Nacido en Budapest en 1935 e hijo de su tiempo (vino al mundo en el Reino de Hungría cuando el país no tenía Rey y estaba gobernado en calidad de Regente por un almirante de una nación que ya no tenía mar), emigró después de la Revolución de 1956, que fue aplastada por los tanques soviéticos, a Alemania Occidental, donde entró en contacto con el mundo académico, concretamente en las Universidades del Ruhr, Bonn i Heidelberg, de la que fue catedrático de Historia Antigua desde 1975 hasta su jubilación en el año 2002.

Su andar pausado y su porte le daban un aire de senador romano, y su profundo conocimiento del mundo clásico podía hacer pensar que hubiera compartido confidencias con Antonino Pío o Marco Aurelio: prueba de ello son sus publicaciones Historia social de Roma, Crisis del Imperio Romano o la monografía El obelisco de la plaza de San Pedro de Roma. Monumento histórico de la Antigüedad. Además, hablaba sin apenas levantar la voz en cualquiera de las lenguas que dominaba de manera que, sin darte cuenta, te sentías fascinado por lo que explicaba.

Pero para nosotros nos deja harto consuelo su memoria por ser el arqueólogo que ayudó a poner Tarragona en el mapa, excavando en el anfiteatro en una época en que los tarraconenses vivíamos de espaldas a nuestro patrimonio y dejábamos que fueran los extranjeros los que apreciaran el legado clásico. Eminente epigrafista y colaborador del Corpus Inscriptionum Latinarum así como autor del imprescindible Römische Inscriften  von Tarraco (Inscripciones Romanas de Tarraco) fue Alföldy quien encontró los sillares en el anfiteatro de nuestra Tarraco y puso orden en las letras para recomponer el rompecabezas de la inscripción más larga de todo el Imperio Romano, la que hizo colocar el emperador Heliogábalo en el 221 dC para dejar claro que había hecho reconstruir a sus expensas el recinto de espectáculos que todavía hoy se alza junto al mar. Sus escritos y su amor por Tarragona fueron importantes para poder ser Ciudad Patrimonio de la Humanidad.

No puedo decir que lo conocía, pero sí que lo traté brevemente y tuve el honor de estrechar su mano un par de veces, la última antes del verano cuando nos cruzamos por el Paseo de las Palmeras. En una breve conversación matutina recuerdo que me dejó más cosas claras sobre Tarraco y su importancia en el organigrama provincial de Hispania, así como de su topografía urbana, que en años de lectura y formación universitaria, demostrando su calidad profesional y personal.

Se ha ido un tarraconense de corazón de una forma que resume su vida: paseando por el Ágora de Atenas. Los dioses lo acojan en el Olimpo y Júpiter lo siente a la derecha de Mommsen. Seguro de que tendrán mucho de qué hablar.

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