La magia de Altafulla

Fertilis et magnibus collibus. Fértil y de grandes colinas, así definía el poeta Floro, en el siglo II dC, la tierra que rodeaba Tarraco, el llamado ager Tarraconensis, en su escrito donde glosaba algunas de las virtudes de nuestra ciudad que la hacían preferible, en su opinión, a Roma.

Tierra de cultivos y de productos que forman parte de nuestra riqueza gastronómica como los olivos o las vides, estaba compartimentada en época romana entre villas y grandes latifundios, del cual el más destacable y probablemente más conocido sea la Villa dels Munts, una vasta extensión de pars rustica (zona de pasto y cultivo) que no ha llegado hasta nuestros días y pars urbana, la villa propiamente dicha, con termas con piscina y sauna, unidas al cuerpo general de la casa por un pasillo techado. Declarada por su magnificencia y esplendor Patrimonio de la Humanidad en el año 2000.

Pero, como ocurre demasiado a menudo, si salimos d’Els Munts parece que no pueda haber nada más, cuando en realidad falta descubrir lo mejor de esta zona de la Tarraconense: Altafulla.

En sus calles se respira paz, invitando, con su silencio, pulcritud y encanto, a perderse por sus empinadas callejuelas que llevan hasta la Plaça del Castell, bordeando fachadas ocres o encaladas, arcos, pasajes como el de Santa Teresa y entendiendo a cada paso los motivos por los cuales alguien que se paseó por todo un país con su mochila, el inolvidable José Antonio Labordeta, decidiera retirarse a vivir a Altafulla.


 

Pueblo creado durante la Reconquista, supo hacer de este feudo una villa próspera que se ha redescubierto a sí misma gracias a la huella dejada por los señores feudales, los marqueses de Tamarit, la familia Montserrat primero y los Suelves actualmente, que siguen residiendo en el castillo medieval en verano, con vistas al pueblo y a la vecina iglesia de San Martín, joya del barroco en proceso de restauración, donde encontramos la sepultura de un reputado científico y su familia, Antonio Martí i Franquès (1750-1832), que hizo trabajos sobre el aire y la reproducción de las plantas.


Pasear por Altafulla es viajar en la máquina del tiempo para poder conocer cómo era un pueblo antes de que las prisas, reales o impuestas, de la globalización, nos hicieran cambiar, pues sólo con la calma que despiertan sus calles y sus casas podremos apreciar la belleza de un pueblo único.

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